miércoles, 8 de mayo de 2013

Pies descalzos

Si se pudiese hacerle trampas al tiempo y al espacio, despertar mañana y contemplar la imagen, único consuelo. Basta con un parpadeo, un aleteo de mariposa, grácil, sencillo, rápido.
  El momento idóneo es la primera hora de la mañana, ese maravilloso fragmento de tiempo en el que reina la luz sin que el sol haya hecho su aparición, juzgándote, doblegándote a su voluntad como un juez implacable que te exige obediencia, o un Dios poderoso al que no puedes sino entregarle tu alma inmediatamente.

Pero yo evoco precisamente un momento tan distinto...tan suave, lejos de la herida, la calma está presente y te envuelve, te acaricia. Un, dos, tres...los pies descalzos se hunden, y de pronto ya no eres tú del todo, eres arena y la arena eres tú, eres el agua, la mezcla de olores, la luz todavía inocente. Eres la tranquilidad y la expresión más libre a la que puedes aspirar.

Sí...vivo alejada del mundo, desde siempre, en una burbuja que explotará de un momento a otro, y aún es igual que a los siete años, y a los dieciséis...todavía hoy lo único que me calma del todo, que consigue evocar mi paz es esa sensación, la playa te mira semi-quieta, viva, en constante movimiento y sincronía y tu le devuelves la mirada. Formas parte. Te susurra y le respondes.

La mentira más bonita del mundo: siempre estaré ahí, siempre, siempre, siempre.

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