Detrás de cada imagen estática
hay un mosaico de gestos, un pensamiento itinerante, una mirada única y
múltiple al mismo tiempo. Detrás de cada imagen femenina hay un grito ahogado,
un nido de serpientes hambrientas, un enjambre de avispas. Somos lienzos agrietados
somos, supervivientes. Cuantos más años, más grietas en el alma y en cuerpo.
Ella habla del peso de la culpa, de un abismo de sangre, vísceras y leche
materna. Ella narra su experiencia desde la distancia y en sus ojos todavía
brilla un destello de dolor agudo. Ella grita y en su grito resuenan todos los
vientres perforados, todas las culpas asociadas, todas las noches sin dormir
con los ojos como platos. Resuena el sonido de la ambulancia y un sinfín de
comentarios hirientes e impertinentes. Detrás de cada imagen femenina hay un
océano de incomprensión e injusticia pero también hay millones de voces que
gritarán al unísono, millones de oídos dispuestos a escuchar, millones de manos
dispuestas a escribir por todos los confines de este mundo una definición
propia: “Somos el Ave Fénix”.