domingo, 28 de agosto de 2016

Alcestis

Descendió vestida de luto, hermosísima, con la resignación que solo puede otorgar el sacrificio por amor de una mujer humana. La joven Alcestis descendía ante mis ojos con la rendición y el orgullo en la mirada. Se sorprendió tanto cuando le dije que ella no pertenecía a este reino, no en aquel instante, que no le correspondía tal destino ni tal fin. En sus bellos ojos oscuros sólo cabía el desconcierto y el miedo.
El terror hacia la muerte de aquel en cuyo lugar quería morir.

Pero yo, yo que fui arrastrada a los infiernos en contra de mi voluntad. Yo, que a pesar de mi desdicha pude emerger intermitentemente al exterior y respirar el oxígeno en compañía de los árboles, pude tornar a sentir la suave brisa y humedecer mi cabello con las lluvias primaverales una vez más.

Jamás permitiría que te quedarás aquí, niña enamorada, niña boba que fuiste entregada a tu esposo cual trofeo. Yo te salvaré Alcestis. Como salvaré a todas las mujeres mortales cuyo sino se encuentre fugazmente en mis manos.

Perséfone

"Este no es tu sitio", díjome mientras clavaba en mis pupilas sus  ojos desorbitados. "Ninguna mujer debe morir por un hombre" sentenció, y su voz, aunque firme, se dulcificó. Ella me salvó haciéndome ascender de los infiernos con sus brazos de árbol, con sus aires primaverales.

Pero yo quería morir por ti. No concebía las mañanas sin tus ojos ni las noches sin los intrépidos dedos que me desnudaron por primera vez. Yo quería morir en tu lugar porque en mi imaginación no cabe un porvenir sin ti, renunciando a tus palabras, al temblor de tu voz que grave me arrulló durante noches enteras. Te amo y prefiero deshacerme en los infiernos que aceptar un futuro viuda, desolada, sin tus labios ni tus manos.

Era mi elección y hubiera escogido morir en tu lugar un millón de veces más, porque yo soy tuya y a tus pies me rindo, a tu voluntad me debo.
Pero ella no pudo permitir la desdichada escena y me gritó "¿que estás haciendo aquí Alcestis? este no es tu destino" y suavemente me encaminó arriba, de vuelta a tus brazos.


Así fue como Perséfone me salvó de mi propio deseo.