lunes, 21 de abril de 2014

Trece de octubre.

No te quiero. Lo supe ayer repentinamente, como un pensamiento inoportuno que te atrapa de pronto. Como un tren que se estrella. Eres un residuo y he permanecido anclada en esta historia porque no podía alejarme del pasado. Porque no podía renunciar a esa posibilidad ahogada que algún día fuimos tu y yo. Pero ahora lo se, ahora puedo reconocerlo en voz alta, ante la mirada de cualquier espejo.

Tu y yo solo fuimos una ilusión pasajera que duró cuatro segundos y yo he alargado durante una década. Porque dos personas no conectan realmente si una no quiere, y tú jamás has querido, ni siquiera durante el breve periodo de tiempo que te creíste tu propia mentira. Nuestra mentira de enredadera.

Hemos estrellado todos los trenes y yo ya no quiero más. No quiero más trenes. El destino puede dormir tranquilo si se trata de nosotros. No puedo con más encuentros. Ya no me permito sentirme vacía después de cada conversación o retenerte en mi mente contra mi voluntad. Cuando alguien a quién admiras, a quien amas, se cae del pedestal, no hay retorno. No es posible volver a ascender y, de algún modo, todos estos años han sido esfuerzos para volver a elevarte a lo más alto. No funcionan, son baldíos, porque ya no puedo encontrar nada más en ti, en esa broma de mal gusto que supone decir nosotros.

Hace tanto tiempo que no te quiero, que he crecido junto a otras personas, personas que me han ayudado a reconstruir los restos de la niña asustada que se escondía en cualquier rincón. En los malos momentos, en las enfermedades, en los fracasos tú no estabas ahí. Tampoco en las risas ni en los éxitos. Quererte fue como aprender lo que significa el dolor golpeándose contra un muro.
Pero haciéndolo mil veces.

Siento que no sea más original o más poético, este adiós que nunca leerás. Pero tus ojos ya no pueden inspirarme más. He comprendido que el verde es muchísimo más hermoso que el marrón, y no hay vuelta atrás.