sábado, 8 de febrero de 2014

El breve instante de un hombre sin nombre.

Jesucristo III desciende, sigiloso y lento, la escalera. Peldaño tras peldaño, se encuentra en armonía con el mundo,  con la mirada extraviada en el océano.
  No le sorprende el paisaje, la calma implacable que lo envuelve desde el primer contacto de sus pies con la arena. No le sorprende porque ya lo conoce, ya ha habitado ese lugar antes.Ha venido a buscarlo, anhelando lo que ese paisaje le ofrece siempre, ha llegado una vez más en busca del bálsamo que nunca le traiciona.

Hace  tiempo que el oscuro fantasma de la prohibición ulula sobre la acampada libre en este lugar, hace tiempo que no es posible habitar el bosque, deslizarse entre el silencio de los pinos, acompañándose en la noche con el murmullo del mar.
Jesucristo III sabe de la existencia de dos campings legales, uno junto a la playa y otro a unas cuantas pedaleadas más, no conoce el precio porque jamás lo ha consultado, aunque ha escuchado por ahí que son relativamente caros para los servicios que ofrecen.

Pero Jesucristo III corre el riesgo, porta su bicicleta, sus deshilachadas ropas, y los pocos víveres necesarios para sobrevivir un día o dos. Lleva también en su mochila, que ha venido cargando sobre su espalda desde otro lugar, desde no importa dónde, una tienda portátil que es realidad una casa secreta, convertida en su hogar provisional para unos pocos días.

Jesucristo III ya ha acampado cuidadosamente en el bosque, cerca del antiguo pozo en ruinas, y camina a paso lento hasta la mitad de la playa,  hasta el punto más cercano posible al color azul, al intenso olor a sal que se cuela en cada ápice de la piel de los extraños. Porque Jesucristo III, en ese momento, ahí sentado frente al mar, juega a ser un extraño.

Jesucristo III tiene un nombre, una casa en alguna parte, un trabajo con el que pagar sus alimentos y los objetos que necesita para sobrevivir, tiene un número de identificación que lo ata y lo oprime, le convierte en un ser identificable y controlable más.
Jesucristo III compra y se vende cada día de su vida porque no es posible existir de otro modo en un sistema donde todo se trata de comprar y vender, de comprar y venderse. De tener, de pagar, de poseer propiedades y de ser en sí mismo una propiedad susceptible de ser poseída.

Jesucristo III es hoy, acampando en el bosque con su tienda de campaña comprada, habiendo llegado a este lugar acompañado de unas pocas posesiones, entre las que se encuentra la bicicleta que le permite explorar nuevos y maravillosos parajes, pero traicionando a la vez las leyes que pretenden atarle a la obligación de pagar por pernoctar; la cara rebelde de un sistema al que no es posible darle la espalda.
Jesucristo III es un extraño, es el sistema contra el sistema.

Porque en este momento, en este ahora que lo envuelve todo, Jesucristo III está sentado al sol, imaginándose que  es sólo una parte más de la materia que le rodea, un cuerpo desnudo acariciado por la arena y atravesado por el olor del mar, un ser insignificante que respira y vive al compás del mundo. En este instante no es una cifra, no es un nombre, no es nada más que una respiración serena cuyo ritmo se adecua al  susurro suave de la mar.