sábado, 10 de noviembre de 2018

Cristales Rotos

Perdona niña triste, mis arrebatos.

42 años. Un hombre que la amaba la describió así: "Pelirroja, peligrosa y pizpireta". Alguien dijo también "destrozahogares". Tenía la vitalidad de una tormenta y el rubor del amor suicida en sus mejillas. La locura propia de los genios, la fuerza egoísta de los niños malcriados. Si hubiese sido un cuadro, habría sido el vivo y hermoso retrato de un incendio.
Una niña de doce años la quiso como a una madre, la quiso como a una amiga. La niña aprendió que un mal amor puede llevarte al hospital, aprendió el significado de la palabra "orfidal". Dos mujeres que se llevan treinta años pueden ser amigas si sus risas resuenan por la ribera del Ebro, si se enfrentan juntas a los inviernos fríos y soleados de la ciudad del cierzo.

Cuentan que a veces, cuando la vida se tornaba insoportable, podían verlos a los tres tumbados en el parque grande, mirando al cielo y riendo por cualquier estupidez. Con las tardes soleadas como arma, el hombre enamorado, la niña y la mujer-incendio burlaban imbatibles sus problemas.

La vieron susurrar en sueños una fecha siempre pospuesta, la vieron llorar de risa, morir de amor y desgarrarse ahogando sus gritos en los cojines. La vieron renunciar uno a uno a sus sueños hasta que los cristales estallaron.

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El 31  de octubre de 2007 , en el apartamento junto al mar, hacía frío. Como un conjuro, la niña, con sus diecisiete recién cumplidos y la mujer-incendio con su amor suicida a cuestas, recitaron juntas "Me sobra el corazón" de Miguel Hernández. Fue un mal presagio. Después vieron la televisión, esa noche echaban Battle Royale en la 2. Otro mal presagio.

Se perdieron. Tal vez hubiesen podido ayudarse, de no haber estado tan desorientadas, cada una en su propia oscuridad. Una en sus malditos diecisiete, otra en sus malditos cuarenta y siete. Se perdieron y solo una de ellas pudo renacer, hoy la veríais lamer sus cicatrices con cuidado.

Se perdieron. Y la mujer-incendio se apagó.


A Pilar. P. R. No fueron suficientes las tardes soleadas, no fueron suficientes para salvarte.