jueves, 13 de septiembre de 2018

Rutinas

Es la lancha de las nueve menos cinco. Ni la anterior, ni la siguiente. La de las nueve menos cinco. Se sienta justo delante, saca lentamente toda su artillería y comienza el ritual de cada mañana. Primero la brocha, los polvos, después la máscara de pestañas. Siempre los mismos pasos, uno a uno, frente al espejo.

Ella ejecuta su rutina y yo, en secreto, la espío. Tiene las uñas cuidadas, pintadas de rosa palo. Siempre he admirado a las personas que cuidan su manicura, pues demuestran una disciplina de la que otras personas carecen. Debe sacarme veinte años, calculo mentalmente mientras observo sus rasgos. Hay algo en ella que me impide imaginarla más joven. Es absolutamente presente. Otras personas leen, desayunan, miran el mar o duermen. Pero es en ella, en sus manos, en su pequeño teatro donde la luz se detiene. Y de pronto, en el breve trayecto del pueblo a la capital, no existe nadie más.

Ayer, en la lancha de las nueve menos cinco, ella no estaba. Y, por primera vez en dos semanas, mi día fue otro.