domingo, 13 de mayo de 2018

Martes sagrados

Me salva vuestra risa. De mi propia reactividad, me salva un aplauso sostenido en el tiempo.

Tus ojos sabios, con mil vidas detrás. Me salvan. Amable sufridora, testigo permanente de nuestros errores. Me sorprendió tu edad como un hachazo, ochenta y ocho, igual que me sorprenden mis veintiocho años esperando en la esquina, como veintiocho lobos hambrientos.

Me salvan tus anécdotas, la imagen de una niña de tres años jugando a imitarte. Tu risa de hoy es un eco de la de entonces y, sin embargo, tus ojos sabios endulzan el salón mientras recuerdas. Ochenta y ocho años de experiencias que nos regalas imbatible. Inimitable. A los tres años jugaba a intentarlo, a los veintiocho aspiro a parecerme aunque sea un ápice a tu ejemplo.

A veces tu apellido te hiere, a veces te respalda, a veces te avergüenza y otras te enorgullece. A veces, muchas veces, tu apellido te salva.

Lo dije hace mucho tiempo, lo repito en estas horas de exasperante negación.

Pertenecer a esta familia de locos ha sido lo único que me ha hecho realmente feliz.