martes, 4 de noviembre de 2014

J.P.

         Recuerdo el día que amanecimos el parque grande, te empeñaste en analizarnos uno por uno descifrando nuestras obsesiones , haciendo de nuestra personalidad tu desafío. Querías ver la luz en cada uno de nosotros. Querías ver la luz alrededor del mundo.

         En mis recuerdos hay tardes y tardes, mañanas de divagaciones por algún lugar del centro y una sopa con albóndiga hecha, estoy segura, con amor. Creías en el amor por encima de todas las cosas, lo identificabas con el sexo y pensabas que debía ser algo común. Tu plan para arreglar el mundo era una fiesta mundial en la que las personas aprendiesen a comunicarse sin dolor.

       Llevo conmigo el recuerdo de un breve e intenso periodo en el que fuimos amigos. Después nos alejamos, porque había en tu interior recodos que se me antojaron intolerables.

        Amabas la filosofía y la poesía de un modo que en pocas personas he visto, pero tu inteligencia se batía a diario con tu ego en un duelo que siempre perdió.

        Elegiste vivir deprisa, sin frenos, y pocas veces el mundo contempló  tu rostro arrepentido. No puedo juzgarte porque ¿quién soy yo? alguien que jamás pudo ver lo que tu viste, que nunca visitó los lugares que encontraste en cada experiencia, esas experiencias a las que no quisiste renunciar.

         Te has ido demasiado pronto y todavía escucho tu risa nítida y ronca si hago un esfuerzo. Dejaste tus poemas, tus dibujos y alguna reflexión sobrevolando el otoño de 2009.  
        
         Ojalá para ti, que creías en ello, exista algo más que el vacío.
         Ojalá que descanses en paz.

          A Juanpa.

domingo, 8 de junio de 2014

¿Contradicción?

Una imagen asoma. Una mujer bailando, la música propaga el aroma de la seducción, se produce la rebeldía de las extremidades. La juventud coquetea con cada nota al tiempo que una corriente invisible dibuja a su alrededor la neblina que precede al éxtasis.
 
La música lo inunda todo. Es un juego, vértebra a vértebra se estremece a su contacto, cómplice.
El contoneo es inherente a ella, y siente cómo se prolonga el extremecimiento hasta hacerse eterno. Ella. El fuego en su mirada, la reviste un cinturón de vida. Imparable, irrompible, infranqueable. Y siente como en ese instante sólo la música importa, sólo la música habla, ordena, implora. De pronto el lenguaje es su cuerpo, que se impone como el único posible.

 Se ha liberado el descaro y la sensación de libertad aflora por los poros de su piel, su delicia se degusta entre los labios. Una mujer. Una mujer bailando.

En la letra... cuerpos vendidos. Ofrecidos. Reducidos a la más vulgar y simple cosificación. Dominación masculina, explícita, opresora, insoportable. Una ley que no deja más opciones que el asco o la caida, el vómito o la rendición sin trabas.

Ella. Bailando esa canción, incuestionablemente libre. Ella y su corriente, su poder de llama inapagable. Ella elevando su voz a las más altas cumbres, más arriba de la simpleza sórdida de la letra, de su desfachatez, de su insolencia inaceptable.

Ella escalando entre las estrofas, utilizando el estribillo como escalera a la más absoluta elevación. La letra en contradicción con la música. Oponiéndose a lo inoponible, a ella.

¿Renunciar al lenguaje de nuestros cuerpos?

jamás.

lunes, 21 de abril de 2014

Trece de octubre.

No te quiero. Lo supe ayer repentinamente, como un pensamiento inoportuno que te atrapa de pronto. Como un tren que se estrella. Eres un residuo y he permanecido anclada en esta historia porque no podía alejarme del pasado. Porque no podía renunciar a esa posibilidad ahogada que algún día fuimos tu y yo. Pero ahora lo se, ahora puedo reconocerlo en voz alta, ante la mirada de cualquier espejo.

Tu y yo solo fuimos una ilusión pasajera que duró cuatro segundos y yo he alargado durante una década. Porque dos personas no conectan realmente si una no quiere, y tú jamás has querido, ni siquiera durante el breve periodo de tiempo que te creíste tu propia mentira. Nuestra mentira de enredadera.

Hemos estrellado todos los trenes y yo ya no quiero más. No quiero más trenes. El destino puede dormir tranquilo si se trata de nosotros. No puedo con más encuentros. Ya no me permito sentirme vacía después de cada conversación o retenerte en mi mente contra mi voluntad. Cuando alguien a quién admiras, a quien amas, se cae del pedestal, no hay retorno. No es posible volver a ascender y, de algún modo, todos estos años han sido esfuerzos para volver a elevarte a lo más alto. No funcionan, son baldíos, porque ya no puedo encontrar nada más en ti, en esa broma de mal gusto que supone decir nosotros.

Hace tanto tiempo que no te quiero, que he crecido junto a otras personas, personas que me han ayudado a reconstruir los restos de la niña asustada que se escondía en cualquier rincón. En los malos momentos, en las enfermedades, en los fracasos tú no estabas ahí. Tampoco en las risas ni en los éxitos. Quererte fue como aprender lo que significa el dolor golpeándose contra un muro.
Pero haciéndolo mil veces.

Siento que no sea más original o más poético, este adiós que nunca leerás. Pero tus ojos ya no pueden inspirarme más. He comprendido que el verde es muchísimo más hermoso que el marrón, y no hay vuelta atrás.



sábado, 8 de febrero de 2014

El breve instante de un hombre sin nombre.

Jesucristo III desciende, sigiloso y lento, la escalera. Peldaño tras peldaño, se encuentra en armonía con el mundo,  con la mirada extraviada en el océano.
  No le sorprende el paisaje, la calma implacable que lo envuelve desde el primer contacto de sus pies con la arena. No le sorprende porque ya lo conoce, ya ha habitado ese lugar antes.Ha venido a buscarlo, anhelando lo que ese paisaje le ofrece siempre, ha llegado una vez más en busca del bálsamo que nunca le traiciona.

Hace  tiempo que el oscuro fantasma de la prohibición ulula sobre la acampada libre en este lugar, hace tiempo que no es posible habitar el bosque, deslizarse entre el silencio de los pinos, acompañándose en la noche con el murmullo del mar.
Jesucristo III sabe de la existencia de dos campings legales, uno junto a la playa y otro a unas cuantas pedaleadas más, no conoce el precio porque jamás lo ha consultado, aunque ha escuchado por ahí que son relativamente caros para los servicios que ofrecen.

Pero Jesucristo III corre el riesgo, porta su bicicleta, sus deshilachadas ropas, y los pocos víveres necesarios para sobrevivir un día o dos. Lleva también en su mochila, que ha venido cargando sobre su espalda desde otro lugar, desde no importa dónde, una tienda portátil que es realidad una casa secreta, convertida en su hogar provisional para unos pocos días.

Jesucristo III ya ha acampado cuidadosamente en el bosque, cerca del antiguo pozo en ruinas, y camina a paso lento hasta la mitad de la playa,  hasta el punto más cercano posible al color azul, al intenso olor a sal que se cuela en cada ápice de la piel de los extraños. Porque Jesucristo III, en ese momento, ahí sentado frente al mar, juega a ser un extraño.

Jesucristo III tiene un nombre, una casa en alguna parte, un trabajo con el que pagar sus alimentos y los objetos que necesita para sobrevivir, tiene un número de identificación que lo ata y lo oprime, le convierte en un ser identificable y controlable más.
Jesucristo III compra y se vende cada día de su vida porque no es posible existir de otro modo en un sistema donde todo se trata de comprar y vender, de comprar y venderse. De tener, de pagar, de poseer propiedades y de ser en sí mismo una propiedad susceptible de ser poseída.

Jesucristo III es hoy, acampando en el bosque con su tienda de campaña comprada, habiendo llegado a este lugar acompañado de unas pocas posesiones, entre las que se encuentra la bicicleta que le permite explorar nuevos y maravillosos parajes, pero traicionando a la vez las leyes que pretenden atarle a la obligación de pagar por pernoctar; la cara rebelde de un sistema al que no es posible darle la espalda.
Jesucristo III es un extraño, es el sistema contra el sistema.

Porque en este momento, en este ahora que lo envuelve todo, Jesucristo III está sentado al sol, imaginándose que  es sólo una parte más de la materia que le rodea, un cuerpo desnudo acariciado por la arena y atravesado por el olor del mar, un ser insignificante que respira y vive al compás del mundo. En este instante no es una cifra, no es un nombre, no es nada más que una respiración serena cuyo ritmo se adecua al  susurro suave de la mar.