miércoles, 11 de diciembre de 2013

Indisociable

Nunca creí posible enamorarse de un cuerpo sin alma, o de un alma sin cuerpo. Pues...¿Cómo separar la naturaleza de un gesto de los ojos por los que vive? Tal disociación no puede darse sin mala fe. 

lunes, 4 de noviembre de 2013

Sobre mi deseo.

Ardo.
No es adecuado a tus ojos,
pero yo ardo.

Incandescentes mis labios, mis manos, mis pantorrillas,
cada ápice de mi piel te desea, te anhela,
y  yo ardo.

No pienso, no controlo, no calculo,
en este momento ardo.

Piensas que soy tu victoria,
tu pequeña meta,
tu presa o tu reto.

Sin embargo yo soy yo,
solo yo,
sola, yo,
y ardo.

No me libero de tu cuerpo,
de tus dientes, de las manos, las piernas, la espalda,
abajo, abajo, abajo.
La nuca en la que clavo mi mirada incansable.

Quiero que seamos dos,
entrelazados, encajados,
tu y yo.
Aquí nadie gana,
 o ganamos los dos,
confundiendo los papeles,
ardiendo,  en un mismo golpe, a la vez, en sincronía.

Ahora,
solo existe ahora.
No hay sitio para más.
No hay amor o quizá sí,
no es relevante ahora.

No hay vergüenza, no hay tabú.
¿Te arrepientes tú?
yo no.

No me han enseñado a arder, sino a congelarme.
Y yo ardo, ardo, ardo.


domingo, 26 de mayo de 2013

Tormenta

No temo las tormentas. Las amo, las anhelo, las busco con la avaricia y la desesperación de un desahuciado. Son el grito del mundo, su furia, su desahogo; el más puro estallido de pasión enloquecida.
Me pierdo en una búsqueda conducida al fracaso. Pues aparece de pronto, te envuelve, te atrapa, puede incluso matarte. Centellean luces desgarradoras, sonidos atroces, canto efímero, cúspide de un espectáculo que entrelaza lo terrible con lo extraordinario.
Sucede que me contagio, dejándome arrastrar por ese arrebato loco, bebiendo de una libertad transitoria, febril, casi imposible.

Al retornar la calma, todo ha sido trastocado. El mundo ya no es el mundo.Te enfrentas a un paisaje distinto e inesperado, retocado por la indomable  sacudida de la tormenta.

No, no temo las tormentas. Me aterroriza ver llover mi vida,contemplar el ritmo monótono y constante de las gotas cayendo una a una, tejiendo una sinfonía narcotizante, perfecta, que te torna un mero espectador ante el teatro estéril de tu existencia.

Prefiero la explosión incontrolable que destruye, te arranca de tu refugio falso y te obliga a formar parte de su aullido aterrador.
Anhelo que  una tarde tormentosa me salve de una vida entera de lluvia monótona, agonizante.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Saltar del tejado del tren

Érase una vez dos niñas medio locas, un día cualquiera.

Entre ellas existía una comunicación que solo da la mezcla de lazos de sangre y muchísimo tiempo compartido, nunca estuvieron tan unidas como en esos años de la infancia, a pesar de que su relación ha atravesado otras edades sin corromperse.

Pero volvamos a centrarnos en lo crucial del relato, describiendo sin mucho detalle el escenario. Se encontraban en un club deportivo privado que sus padres de clase media pagaban como capricho, más concretamente jugando en los columpios. El espacio infantil estaba compuesto por columpios-rueda, unos columpios algo más elaborados que recordaban a barcos dignos de una película de corsarios, tres toboganes y un tren.
 El tren era un túnel cubierto por un tejado relativamente alto,  los niños jugaban a entrar y salir del túnel o, como mucho, quedarse dentro escondidos  planeando mil aventuras absurdas e inexplicables.

Ya he mencionado en cierto modo que se trataba de niñas un tanto extrañas, que continuaron creciendo entre neuras y rarezas, cada una por su lado, radicalmente distintas y al mismo tiempo ligadas inevitablemente. Y como nuestras protagonistas eran excéntricas ya entonces, en la única edad que se permite cualquier tipo de anomalía, ellas decidieron subir a hablar al tejado del tren.

Hay que decir que era relativamente fácil acceder al tejado sirviéndose del túnel que se quedaba ahí de plataforma auxiliar, garantizando una bajada sencilla e inofensiva.

Sin embargo, por alguna extraña razón aquellas dos niñas comenzaron a plantearse un reto. ¿Por qué no saltamos del tejado del tren? La distancia se les antojaba enorme, un abismo desde ahí arriba, y el miedo comenzó a invadirles.

Era una mezcla de miedo a la caída, al dolor posible, al salto mismo y un irrefrenable deseo de saltar que las invadía por completo. La idea de bajar por otro lado perdió todo atractivo, la desecharon, dejó de existir . Era completamente necesario saltar del tejado del tren. . Pasó un tiempo que se les antojó eterno y...
De pronto, la más pequeña de ellas saltó sin más, de repente, y rió al llegar al suelo. La mayor saltó también por no ser menos y aquello quedó como una simple anécdota de la infancia que a veces aún recuerdan riéndose.

Tiempo después, ya de jóvenes, una noche cualquiera. Descubrieron que hacía años que vivían entre el deseo y el miedo, como aquella vez en el tejado del tren, ante cualquier situación de la vida, con la excepción de que esta vez casi siempre ganaba el miedo al deseo y ello las ahogaba y les impedía ser felices. El miedo les alejaba de la vida misma. A partir de esa noche se prometieron, como cuando eran pequeñas que iban a enfrentarse a todo aquello que temieran, que perseguirían sus deseos y se lanzarían a lo inesperado y a la vida como si solo les quedase un aliento, un soplo de vida.

Comprendieron, simplemente, que deseaban vivir intensamente, entregándose y arriesgando en una partida que se habían limitado a contemplar como espectadoras.


-Para Alejandra- Una de las pocas personas a las que realmente quiero

Pies descalzos

Si se pudiese hacerle trampas al tiempo y al espacio, despertar mañana y contemplar la imagen, único consuelo. Basta con un parpadeo, un aleteo de mariposa, grácil, sencillo, rápido.
  El momento idóneo es la primera hora de la mañana, ese maravilloso fragmento de tiempo en el que reina la luz sin que el sol haya hecho su aparición, juzgándote, doblegándote a su voluntad como un juez implacable que te exige obediencia, o un Dios poderoso al que no puedes sino entregarle tu alma inmediatamente.

Pero yo evoco precisamente un momento tan distinto...tan suave, lejos de la herida, la calma está presente y te envuelve, te acaricia. Un, dos, tres...los pies descalzos se hunden, y de pronto ya no eres tú del todo, eres arena y la arena eres tú, eres el agua, la mezcla de olores, la luz todavía inocente. Eres la tranquilidad y la expresión más libre a la que puedes aspirar.

Sí...vivo alejada del mundo, desde siempre, en una burbuja que explotará de un momento a otro, y aún es igual que a los siete años, y a los dieciséis...todavía hoy lo único que me calma del todo, que consigue evocar mi paz es esa sensación, la playa te mira semi-quieta, viva, en constante movimiento y sincronía y tu le devuelves la mirada. Formas parte. Te susurra y le respondes.

La mentira más bonita del mundo: siempre estaré ahí, siempre, siempre, siempre.