miércoles, 8 de mayo de 2013

Saltar del tejado del tren

Érase una vez dos niñas medio locas, un día cualquiera.

Entre ellas existía una comunicación que solo da la mezcla de lazos de sangre y muchísimo tiempo compartido, nunca estuvieron tan unidas como en esos años de la infancia, a pesar de que su relación ha atravesado otras edades sin corromperse.

Pero volvamos a centrarnos en lo crucial del relato, describiendo sin mucho detalle el escenario. Se encontraban en un club deportivo privado que sus padres de clase media pagaban como capricho, más concretamente jugando en los columpios. El espacio infantil estaba compuesto por columpios-rueda, unos columpios algo más elaborados que recordaban a barcos dignos de una película de corsarios, tres toboganes y un tren.
 El tren era un túnel cubierto por un tejado relativamente alto,  los niños jugaban a entrar y salir del túnel o, como mucho, quedarse dentro escondidos  planeando mil aventuras absurdas e inexplicables.

Ya he mencionado en cierto modo que se trataba de niñas un tanto extrañas, que continuaron creciendo entre neuras y rarezas, cada una por su lado, radicalmente distintas y al mismo tiempo ligadas inevitablemente. Y como nuestras protagonistas eran excéntricas ya entonces, en la única edad que se permite cualquier tipo de anomalía, ellas decidieron subir a hablar al tejado del tren.

Hay que decir que era relativamente fácil acceder al tejado sirviéndose del túnel que se quedaba ahí de plataforma auxiliar, garantizando una bajada sencilla e inofensiva.

Sin embargo, por alguna extraña razón aquellas dos niñas comenzaron a plantearse un reto. ¿Por qué no saltamos del tejado del tren? La distancia se les antojaba enorme, un abismo desde ahí arriba, y el miedo comenzó a invadirles.

Era una mezcla de miedo a la caída, al dolor posible, al salto mismo y un irrefrenable deseo de saltar que las invadía por completo. La idea de bajar por otro lado perdió todo atractivo, la desecharon, dejó de existir . Era completamente necesario saltar del tejado del tren. . Pasó un tiempo que se les antojó eterno y...
De pronto, la más pequeña de ellas saltó sin más, de repente, y rió al llegar al suelo. La mayor saltó también por no ser menos y aquello quedó como una simple anécdota de la infancia que a veces aún recuerdan riéndose.

Tiempo después, ya de jóvenes, una noche cualquiera. Descubrieron que hacía años que vivían entre el deseo y el miedo, como aquella vez en el tejado del tren, ante cualquier situación de la vida, con la excepción de que esta vez casi siempre ganaba el miedo al deseo y ello las ahogaba y les impedía ser felices. El miedo les alejaba de la vida misma. A partir de esa noche se prometieron, como cuando eran pequeñas que iban a enfrentarse a todo aquello que temieran, que perseguirían sus deseos y se lanzarían a lo inesperado y a la vida como si solo les quedase un aliento, un soplo de vida.

Comprendieron, simplemente, que deseaban vivir intensamente, entregándose y arriesgando en una partida que se habían limitado a contemplar como espectadoras.


-Para Alejandra- Una de las pocas personas a las que realmente quiero

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