miércoles, 19 de abril de 2017

Autorretrato

"Odio a la gente, Bea. Bueno, odio la máscara que me tengo que poner ante la gente"  J.M.P, mi padre.


¿Podéis ver mi mundo imperfecto? Admirarlo. Analizar la falta de proporción de ese retrato, la insultante ausencia de compromiso para intentar mejorar los trazos. Sí, miradla, ella siente la necesidad de pintar sin saber pintar. Ella canta aunque con sus alaridos deje sordos a los jilgueros. Sí, miradme, vosotros que me habéis juzgado durante todos estos años.

Contemplad la viva imagen del fracaso. Eres fea, no te enteras de nada, siempre ausente, torpe para relacionarte, incapaz, inútil, loca, lunática, demasiado tímida, gorda, guapa a excepción de la mandíbula, casi guapa, sosa, poco interesante, tonta.

Os comparto mi verdad: este es mi mundo imperfecto, interno, mi refugio. Lo he decorado con paisajes de oleaje, con el murmullo del Mediterráneo, con la paz de la selva amazónica. A veces me entiendo mejor con los árboles que con las personas.

Excéntrica, pero no terriblemente atractiva. Excéntrica. A secas. Siempre dispuesta a solucionar vuestros problemas aunque necesite no hablar con nadie, por una maldita vez.

¿Sabéis que? en mi mundo imperfecto, en mi refugio, vuestra vida de máscaras no vale nada, ese estatus que perseguís no sirve para nada. Ten mucho dinero, antes de los treinta vive independiente, un buen trabajo, una relación estable, una hipoteca, una buena reputación. No vale absolutamente nada. Conversar sobre la efectividad de una marca de maquillaje es lo más absurdo y aburrido del universo. Las envidias, las comparaciones, el maldito egocentrismo no puede ser más inútil.

En mi mundo, estoy sola, y me torturo, y me salvo, y me aíslo, y no existen las máscaras.



lunes, 17 de abril de 2017

Sobre ti no escribo

No escribo. Sobre las bendiciones, no escribo. De los abrazos, las sonrisas, la risa imbatible, poco o nada sé decir. De tus ojos de indio, el olor de tu pelo, y tu nariz perfecta nada cuento.

Esta estúpida y melancólica inspiración se nutre de la tragedia y, mis torpes dedos, únicamente han aprendido a retratar el rostro de la tormenta. Demasiados años reteniendo en mis labios el sabor agridulce del fracaso, adicta a los golpes en la pared.

Sobre ti no escribo. Sobre estos cuatro años de felicidad, de  realidad apabullante. Sobre los obstáculos vencidos a a golpe de amor, las horas perdidas entre películas terribles y transbordos en Burgos. Y tu voz, siempre atenta al otro lado del teléfono. Esa voz. 

No, no logro novelar la sedienta madrugada en la que una joven temblorosa  narró su dramática historia , aquella historia de fracasos, trenes y autodestrucción. No hablo de como, después de escuchar paciente, sólo respondiste. ¿Y ahora qué?  Ella respondió, quizás, y de pronto, el valor volvió a sus ojos y un gesto de decisión apareció en su rostro, declarando la guerra a la eterna inseguridad.

El rojo de tus labios declaró: "el llanto  jamás encierra belleza", y tus manos recorrieron recovecos inexplorados de una selva prácticamente virgen. Desde entonces, nos hemos curado las heridas, incluso los rasguños grabados con nuestras propias uñas, en el corazón del otro.

Desde entonces, cada día agradezco a la diosa fortuna las casualidades que nos hicieron chocar de bruces. Este amor de belleza, de miradas cómplices. Este amor que consigue que una sola conversación valga una vida entera. 

Sólo ahora, cuando me aproximo al abismo y el estómago me da un vuelco al imaginar la posibilidad de una separación definitiva, ahora, en este instante de pánico, escribo. 

A mi indio navajo, a mi amor.