sábado, 19 de noviembre de 2016

Mediterráneo

Te juré que jamás volvería a mirarte con la tristeza en cada poro, con la melancolía como estandarte.
Te dije, en mis malditos diecisiete, que si existiera la posibilidad de sobrevivir a la muerte deseaba perderme entre tus aguas cual sirena, no por la belleza, sino por la posibilidad de habitar sin fin las profundidades.

Pero ahora, tú, la expresión más pura de vida, te has convertido en la tumba de gritos ahogados. De miradas que se apagan, oraciones dirigidas a un dios sordo, que contienen la última esperanza de una fe que, desencantada, se hunde inexorablemente entre tus aguas.
Tú, con tu implacable crudeza, con tu obligada indiferencia, eres el mediador de nuestros actos infames.

Tú, que arrebataste el verde de mis ojos para esculpir azulados matices, tú, mi primer y verdadero amante, mi refugio, mi hogar.

Hoy eres sólo el  féretro de la vergüenza.


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