viernes, 27 de octubre de 2017

Natalie

Le sorprendió el amanecer, insomne, con los ojos fijos en el pequeño mueble marrón. Los muebles hablan, pensaba, cómo no me he dado cuenta nunca. Sus palabras mudas me transportan a nuestros días felices, cuando apareció de súbito, desbaratando mi mundo, transformando mi deseo.

Era la juventud, el valor de haber confesado al fin mis preferencias por las voces más dulces. Y de pronto, ese hombre, enorme, peludo, español. Con el físico idóneo para la violencia y el alma entregada a la paz y la caricia. Con esa voz grave que tantas noches me susurró palabras de amor. ¿Cómo no iba a dejarlo todo por este amor de Pirineos? La felicidad entre árboles, aeropuertos y... esta casa. Nuestros muebles, todos estos años.

Y ahora, te has ido, de pronto. Sin tiempo para despedidas. Me has dejado sin piernas y sin brazos, inmóvil, con los ojos fijos en el pequeño mueble del salón donde nos dejábamos recados. 

Entonces empezaron las voces, primero tenues, después fuertes, insolentes. No me gusta como está reaccionando, no me ha dado ni siquiera las gracias por ayudarle con mis contactos en el hospital. Desde luego no parece ella, casi ni me saludó en el entierro. Le escribo para darle el pésame y ni una palabra. Él también era nuestro amigo, qué se cree. Mira que no hacer una ceremonia religiosa tal y como querían sus padres, qué desprecio, era su hijo.

Natalie, retorcida en el suelo, con los ojos fijos en el viejo mueble. Natalie cubierta de un dolor indecible, pensando en las reacciones de sus suegros después de la fuerte discusión.
Nunca me quisieron, una mujer francesa  con el pelo corto como un hombre, con mis ropas cómodas, con mi rostro libre de maquillaje. El me amaba así y jamás lo comprendieron, como tampoco podían respetar su última voluntad. No quería una ceremonia católica  y he tenido que utilizar las pocas fuerzas que me quedaban para hacer respetar ese deseo. Creo que nadie lo comprende, nadie más que tú, viejo mueble, que nos viste cada día en nuestra convivencia, que presenciaste todo este amor que ahora me devora, que me ha sumido en un universo en el que no existen las convenciones sociales.

Intenté decir gracias, pero no pude llegar a la S, intenté saludar a la vecina en el ascensor todos estos días, pero no lograba proyectar la voz. Las caras, las palabras de apoyo, todo me resulta indiferente. Se ha ido para siempre y solo me queda esta casa que va a derrumbarse de un momento a otro, esta ciudad extraña que aprendí a amar únicamente por él, y tú, tú, viejo mueble.

Pero se acabó. Tengo que dejarte, coger ese último avión, el de regreso. Francia, espérame Francia, espérame para revivir.

Natalie se marchó de España, despidiéndose tan solo del viejo mueble, y las voces, poco a poco se extinguieron para renacer en otros asuntos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario