El otro día, paseando por las calles de la ciudad del
viento, recordé una noticia reciente sobre el éxito de la película Cincuenta
Sombras de Grey. Película basada en una saga del mismo título que también ha
tenido una gran repercusión a nivel mundial.
Dada la baja calidad literaria de
la obra, que pude comprobar al leerme el primer libro para hacer un análisis
crítico sobre el mismo, me pregunté si la autora no sentiría vergüenza de sí
misma por haber creado semejante bazofia.
Y es que Cincuenta sombras de Grey es mucho más que una saga
sexista, son tres novelas escritas sin ningún estilo, con metáforas que podría
superar un niño de cinco años y un argumento digno de las películas de antena 3
que llenan la sobremesa del fin de semana.
Sin embargo, a mi mente vino rauda la siguiente pregunta,
¿acaso la autora será consciente de que su libro carece de toda calidad
literaria? Y, ¿cómo iba a serlo si es mundialmente famosa, si sus novelas han
generado un fenómeno fan que le ha cubierto de felicitaciones a lo largo de
todo el mundo? ¡Esa mujer debe sentirse una diosa literata!
Llegados a este punto, es necesario preguntarse qué pesa
más, el éxito personal (sentirte orgullosa de lo que haces) o la reacción del
público ante tu obra. Y, ¿hasta qué punto el éxito que un libro, película u
obra de teatro pueda tener entre el público afecta a tu forma de entender tu
propia obra?
A este respecto, creo pertinente aludir a Birdman, la mejor
película de este año, según los Óscar. Ofrezco aquí una posible interpretación
de esta película, que tal vez muchas y muchos consideren equivocada. En mi
opinión en Birdman se produce una pugna entre el arte de masas y el arte de
autor reflejada en el continuo conflicto interno del protagonista.
Se trata de un actor que obtuvo mucho éxito interpretando a
un super héroe, un éxito de masas que le brindó fama y dinero, abriéndole de
par en par las puertas a un mundo superficial en el que, aparentemente, la
felicidad está al alcance de la mano.
Sin embargo,
encontramos a un protagonista que ha abandonado su personaje, que lucha por
desprenderse completamente de ese rol y crear algo por sí mismo, una obra de la
que se sienta orgulloso.
Ocurre que durante toda la película, dicha obra parece estar
destinada al fracaso, llevando a director a un extremo de locura que le conduce
al suicidio. El protagonista de Birdman decide dispararse en la escena cumbre
de su representación, en la que se fingía un suicidio. Llevando a cabo ese acto
desesperado el día del estreno, en el que todos los factores indicaban que la
obra iba a obtener una mala reacción, quedando anclada en la mediocridad.
Sin embargo, al dispararse, la suerte del espectáculo da un
giro de 180 grados y la obra es todo un éxito, el actor sobrevive al suicidio y
muestra una gran alegría al saber que protagoniza las portadas. Es en ese
momento final cuando vuelve a convertirse en Birdman, el super héroe, y sale
volando por la ventana del hospital envuelto en éxtasis.
Lo que Birdman transmite es, por un lado, la frivolidad que
envuelve el mundo de la fama fácil, del éxito de masas que instaura el morbo y
lo estrambótico por encima de todo, incluso de la propia vida.
Por otro lado, nos
muestra de qué modo su protagonista, pese a querer crear arte por sí mismo, un
arte distinto, necesitaba el éxito social, precisaba de la buena recepción del público para sentirse bien
consigo mismo y con su obra.
¿Nos indica todo esto que la calidad de una obra depende
enteramente de la reacción del público?, ¿podemos sentirnos orgullosas de
nuestro trabajo únicamente si éste gusta a mucha gente, si vende?
Una parte de mi
interior grita que no, que debemos aferrarnos al reducto de nosotras mismas que
todavía valora su propio trabajo sin dejarse arrastrar por las mareas de las
opiniones. Una parte de mi dice que seamos precavidas, que desconfiemos siempre
del “éxito” pasajero que caracteriza las modas masivas y se infla más y más en
nuestra sociedad de consumo.
Pero no es sencillo argumentar por qué el éxito personal
puede ser independiente del barullo externo, habría que responder a cuestiones
para las que aún no tengo respuestas, saber dónde está el derecho a decidir qué
es arte y qué no, qué es buen arte y qué no, hasta donde llega la objetividad
en tales cuestiones.
Por el momento, me aferro a mi grito como a un salvavidas,
en medio de mi naufragio.
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